Las emociones en aikido: cómo debe gestionarlas el líder

Nota del editor: Nos complace ofrecer un extracto del libro Aikido y liderazgo empresarial escrito por César Fernández y Jordi Joan Serra y publicado por Libros de Cabecera.
Como hemos visto, cuando un golpe se para con otro golpe, normalmente se genera más resistencia y dolor. Eso ocurre en el plano físico y también en el plano emocional. Recordemos sino, qué nos sucede habitualmente si alguien nos dice: «no te enfades»; «no estés triste»; «no te lo tomes así». ¿Mejora nuestra situación o la empeora? Esas frases o esos comentarios, aunque puedan ser bien intencionados, en realidad equivalen a una oposición o confrontación con nuestro estado emocional, por lo tanto, suelen generar mayor incomodidad al acentuar justo lo que se pretendía aliviar.
¿Qué sucede cuando no somos realmente conscientes de nuestras emociones o intentamos negarlas? El autor y conferenciante sueco Frans Johansson cita una experiencia de la NASA al estudiar los efectos de los viajes espaciales en sus astronautas. Algunos sufrían constantemente mareos mientras que otros no. La diferencia principal que encontraron fue que un grupo había reconocido que podía tener miedo, mientras que el otro no. Por eso, concluye Johansson, la forma más efectiva de enfrentarse al miedo es reconocerlo.
La manera más habitual de provocar resistencia en el plano emocional es justamente negar o reprimir las emociones. El siguiente caso ilustrará exactamente a qué nos referimos. Un directivo de una gran empresa al que le ampliaron el equipo bajo su responsabilidad tenía problemas para gestionarlo, porque suponía hacerse cargo de un área adicional, poco conocida y, además, con perfiles muy distintos a los que estaba acostumbrado dirigir. Si ya tenía algunas dificultades en la gestión de personas, el nuevo reto no hizo sino multiplicarlas, de ahí la necesidad solicitar un proceso de coaching.
Al principio se mostraba incapaz de entender el punto de vista de sus colaboradores y permanecía ciego a lo que podían ser sus necesidades específicas, más emocionales o personales. En consecuencia, eso generaba conflictos e incluso alguna situación de llanto ocasional en alguna de sus colaboradoras. En ese contexto, fuimos tratando aspectos para potenciar su empatía, para que fuera capaz de recoger aportaciones de los colaboradores. Trabajamos la manera de generar una visión compartida e ilusionante para todos, en la que cada uno pudiera aportar. Todo el proceso evolucionó con resultados positivos: su equipo se sentía bien y estaba aportando productividad y resultados; y él estaba satisfecho, se le notaba más relajado y más abierto y receptivo en general.
En la última sesión quiso compartir espontáneamente que el proceso también le había ayudado mucho a nivel personal. Comentó que tenía dos hijos en edad adolescente uno y preadolescente el otro, que él notaba que había estado durante algún tiempo distanciado de ellos y que la comunicación no era fluida. Sin embargo, el proceso de coaching le había permitido también abrirse hacia ellos y conseguir una mayor cercanía y complicidad. Añadió que se había quedado viudo un par de años atrás y, ante la responsabilidad de llevar él solo el peso del hogar y la educación de sus hijos (y ante su propio dolor interno), se «había vuelto más rígido y distante ante las emociones de los demás». Después del proceso, en cambio, afirmó: «soy capaz de sintonizar con mis propias emociones y también las de los demás».
Estos ejemplos ilustran que, ya sea por parte de otras personas o de nosotros mismos, el intento de oprimir, negar o resistirse a una emoción normalmente hace que se intensifique, que se genere más resistencia. Si la negación de una emoción intensifica el malestar físico y el dolor, ¿en qué puede ayudarnos el aikido?
En el aikido justamente se evitan situaciones que provoquen resistencia, el principio es no generar más potencia, sino menos resistencia. Por ello, se toma contacto sin provocar oposición y se da espacio, buscando redirigir o diluir el movimiento de la otra persona hacia una situación más armoniosa. Esos mismos principios de no generar resistencia en el plano físico se aplican a las emociones. Veamos a continuación cómo implementarlo paso por paso.
Dar espacio a las emociones en lugar de negarlas
En ocasiones, durante la realización de nuestros talleres animamos a que salga un voluntario. Le pedimos que se ponga a nuestro lado, hombro con hombro y empezamos a hacer presión, empujando contra su hombro. ¿Cuál crees que es la reacción más habitual? Efectivamente, es empujar, de manera espontánea y sin pensar. Es casi como un reflejo. Si nos empujan, empujamos. Con lo cual, normalmente generamos más resistencia y escalamos el conflicto o la dificultad de la situación.
Con las emociones, en bastantes ocasiones, ocurre lo mismo. De hecho, nos han educado más bien para ignorarlas —«no te preocupes», «no llores» — y ante emociones incómodas, como las que puede generar un fallecimiento, a veces nos es difícil saber cómo reaccionar. Aún más, en ocasiones, nuestros esfuerzos, aunque sean bien intencionados, son contraproducentes: «bueno, ya era muy mayor, peor fue el caso de X que se murió con apenas 40 años», o «venga, anímate». Desde nuestro punto de vista, esos y otros ejemplos son lo equivalente en el plano emocional a empujar en el plano físico. En definitiva, no se da un espacio legítimo a las emociones, con lo cual es realmente muy difícil gestionarlas adecuadamente. De hecho, más bien sería un intento de negarlas (lo cual es imposible y nada eficaz).
Coloquialmente nos referimos de manera habitual a emociones positivas y negativas. Nosotros mismos hemos utilizado esa acepción en algún párrafo de este libro. No obstante, queremos en este punto ampliar la mirada y señalar que cada una de las emociones nos aporta señales de vida: nos indica posibles necesidades que no tenemos bien cubiertas en ese momento y ante las que sería conveniente hacer algo. En ese sentido, todas las emociones son valiosas, útiles, buenas; otra cosa es que puedan ser agradables o desagradables. Si somos congruentes con lo anterior, todas las emociones son verdaderas en el momento en que las experimentamos y todas merecen cierto espacio de legitimidad. Al menos para escucharlas, luego ya veremos qué decidimos hacer con su petición.
En realidad, cualquier emoción puede ser fuente de crecimiento o fuente de dolor, depende de cómo la gestionemos. La vida se nos presenta con toda su intensidad y matices, por lo que da lugar a muy variadas emociones. No nos resulta posible elegirlas. Lo que sí podremos hacer cuando se nos presenten es decidir con qué intensidad vamos a experimentarlas, durante cuánto tiempo y cómo vamos a responder. Y eso es algo que plantearse con todas y cada una de las emociones que podamos experimentar.
Cada emoción está representando una parte de nosotros que realiza una petición; al rechazarlas, al no darles espacio, estamos rechazando una parte de nosotros mismos y eso es lo que provoca más dolor.