¿Por qué reinventarse?
Hace algún tiempo un experto abogado y mediador me daba una perspectiva muy particular sobre el matrimonio. Relacionaba el éxito de la relación con la expectativa que cada uno se hace sobre su pareja. En muchos casos alguien se casa convencido de que la otra persona se mantendrá inalterable y nunca cambiará, y, por el contrario, otras personas se casan convencidas de que serán capaces de cambiar a su pareja en todo aquello que no les gusta.
Cualquiera de las dos posturas acabará en fracaso. Si aceptamos la máxima del filósofo José Ortega y Gasset que nos dice que toda persona es ella y su circunstancia, es obvio que el cambio será la constante en la vida matrimonial: cambios profesionales, la llegada de los hijos, la inserción de nueras y cuñados, la desaparición de los padres… El cambio lo cambia todo y a todos, y solo persistirá la relación si ambos miembros son capaces de adaptarse a ese cambio, aceptando las nuevas realidades y los cambios en su pareja. Y sobre todo, la relación sobrevivirá si cada uno está dispuesto a cambiar, a buscar la mejor versión de sí mismo y a reaccionar a tiempo ante los nuevos escenarios reinventándose.
Lo mismo ocurre en la vida profesional: el negocio y los compañeros cambian, las políticas, el mercado y las reglas de juego cambian y las exigencias de los demás hacia nosotros aumentan. Si no lo advertimos, o bien sabiendo que hay que cambiar no queremos actuar, quedaremos fuera de juego y no sobreviviremos. Solo si somos capaces de reaccionar y reinventarnos tendremos la opción de alcanzar nuestra mejor versión y acercarnos a la excelencia profesional.
Si trabajas en una gran empresa debes estar muy atento para anticiparte a las crisis que tarde o temprano acaban por llegar. Javier inició su carrera en una entidad financiera. Tras unos meses de rodaje un director de área lo promocionó a adjunto de la dirección de zona. Al cabo de otro año, y siempre haciendo labores de staff y asesoramiento lo ascendieron al departamento de Marketing como adjunto al director de Marketing de la entidad. Entonces el Consejo de Administración decidió que debía haber un departamento de Responsabilidad Social Corporativa (RSC), dependiente de la Dirección General. Volvieron a ascender a nuestro amigo Javier, como Director de RSC de la compañía en su departamento unipersonal.
Muchos años de despacho de alto nivel, un muy buen sueldo pero su empleabilidad fuera de esa jaula de oro cada vez será más difícil. Javier tiene 47 años cuando llega la crisis, hay que cerrar el departamento de RSC y le plantean dos salidas: o a la caja de una sucursal o a su casa. Y se preguntaba ¿qué puedo hacer yo en una empresa normal, que es la que me podría contratar? ¿Qué le puedo aportar?
Cuando iniciaba mi carrera profesional cayó en mis manos un buen libro de estrategia: Stratégie, de Alain-Charles Martinet. Lo que más me gustó de ese libro es que hablaba de la importancia de lograr un equilibrio entre creación de potencial y explotación de potencial. El ejemplo es sencillo. Pensemos en dos compañeros de promoción que han estudiado Dirección de Empresas. Uno termina la carrera y se coloca ganando un buen sueldo y durante toda una década solo se dedica a anotar operaciones contables, sin preocuparse por actualizarse o desarrollarse. De ocho a tres anotando operaciones. Está explotando el potencial que creó en su carrera pero no está creando ningún potencial futuro. Un buen presente hasta que no tenga futuro.
Por el contrario, su compañero decidió irse a Stanford para especializarse en las implicaciones financieras del crecimiento acelerado de las empresas tecnológicas haciendo un doctorado. No va a cobrar ni un euro en los próximos tres años, y tendrá que sobrevivir con la ayuda de su hermano, que tiene un bar en la playa en Andalucía. Está en una situación de creación de potencial sin explotación de potencial. Tiene un gran futuro a costa de un duro presente.
Algo que los profesionales debemos hacer cada semestre es reflexionar sobre esta cuestión. Solo así evitaremos las grandes crisis y podremos anticiparnos a ellas. Debemos preguntarnos: ¿qué porcentaje de creación de potencial hay en lo que hago? Y no es una pregunta teórica. Toma tu agenda y analiza tu histórico. ¿A qué has dedicado tu tiempo, cómo has incrementado tu valor, no tu cuenta corriente sino tu capital intelectual y, sobre todo, relacional?
Necesitamos reinventarnos para seguir vivos, para evitar el fracaso y, sobre todo, para superar las crisis. La paradoja es que, como veremos en el capítulo que sigue, sin crisis no hay desarrollo ni avance. Sin crisis no hay superación.