¡Vete miedo! Qué sentido tiene el miedo

Nota del editor: Nos complace ofrecer un extracto del libro Qué hacer con tus miedos escrito por Jorge Cuervo y publicado por Libros de Cabecera.
Si el miedo es uno de los principales mecanismos de defensa de la vida, y sin él no hay supervivencia posible, ¿por qué tiene tan mala prensa? La razón es que la misma vida que ha instalado el miedo en nosotros, a la vez nos exige arriesgar. Por eso nos sentimos tan a menudo en tensión, entre dos fuerzas que tiran de nosotros con una energía a veces casi insoportable. Cuando eso ocurre, para hacer lo que deseamos, debemos superar esa resistencia biológica, irracional, feroz.
El ser humano es ambivalente, por un lado necesita arriesgar y por el otro sobrevivir. Esa es la razón de que nos sintamos mal tanto cuando le hacemos caso al miedo, como cuando no se lo hacemos
Intuimos que el miedo está ahí para ayudarnos y al mismo tiempo lo rechazamos. Y en lugar de integrar ambas cosas como partes inseparables del mismo fenómeno, caemos en la visión polarizada que antes comentábamos: la ilusión y el valor son buenos, las inseguridades y el miedo son malos. Los primeros son virtudes, los segundos son defectos. A los primeros los queremos, a los segundos no.
Esto no ocurre por casualidad, es fruto de la evolución, y luego profundizaremos más en ello, pero ahora lo importante es darnos cuenta de que tendemos a aceptar y a enorgullecernos de una parte de nuestra naturaleza, y a rechazar y avergonzarnos de la otra. ¡Eso! de la otra, que tiene el mismo derecho a existir porque es tan parte de nosotros —y quizás incluso más— que la primera.
Por eso no sorprende la cantidad de energía que acabamos dedicando a combatir la inseguridad, a vencer el miedo —los anglosajones utilizan una expresión muy gráfica, conquistar el miedo—, en definitiva, a luchar con él a brazo partido. ¡Cuántos relatos de héroes, cuántos rituales iniciáticos! ¡También cuánta ocultación, cuánta vergüenza, cuánta autoflagelación!
La capacidad de enfrentarse al miedo ha servido durante milenios para medir cuánto vale una persona —su valor, su valía…—. No habría valor sin miedos que superar
¿Y cómo sería nuestra vida sin el miedo? ¿Qué pasaría si pudiéramos librarnos definitivamente de él? Cuando no hay miedo, en lugar de valor tenemos inconsciencia. Rechazamos el miedo, pero ¿vemos algún mérito en la inconsciencia? ¿Te parecería un objetivo tentador el ser inconsciente? ¿Te gustaría que aquellos a quienes más quieres fueran inconscientes? Cierto, no tendrían que sufrir los efectos del miedo, pero ¿de verdad lo preferirías?
Solemos admirar a inconscientes tomándolos por valientes: es muy fácil que una observación superficial confunda el valor con la inconsciencia, cuando ambos llevan a conductas similares
Valor e inconsciencia no son lo mismo. El valor exige todo un trabajo interior que te obliga a hacerte consciente de tus fuerzas y de tus vulnerabilidades, para mirarlas a la cara, aceptarlas, superarlas, y llegar más allá de lo que a priori parecía posible. Desde la inconsciencia jamás podrás aprovechar este poder del miedo como creador de consciencia. O lo que es lo mismo, te será imposible aprender de tu miedo.
Hay una relación directísima entre el miedo y la consciencia: el miedo bien gestionado es el mejor creador de consciencia de que disponemos. Sin embargo, mal gestionado puede convertirse en el peor destructor de consciencia, a través del bloqueo y de emociones descontroladas, como por ejemplo el pánico
Las personas parecemos vehículos automáticos, sin cambio de marchas y con solo dos pedales, el acelerador y el freno. El primero sería la ilusión y el segundo el miedo. ¿Me comprarías el coche más divertido del mundo —solo ilusión—, al que le hubiéramos quitado la parte aburrida, el freno? ¿No? ¿Me comprarías entonces el coche más seguro del mundo, solo con freno y sin acelerador? ¿Tampoco? Seguro que jamás tendrías ningún problema, lo dejarías en tu aparcamiento y nunca le ocurriría ningún percance. Está claro, para manejar nuestra vida necesitamos usar bien los dos pedales. La buena conducción se basa en manejar ambos con consciencia: conocer las capacidades de nuestro vehículo, saber en qué carretera estamos y dónde queremos ir. Todo esto, que parece muy obvio, en realidad no suele ser intuitivo, requiere aprendizaje y perseverancia, y con frecuencia lo perdemos de vista.
Como antes vimos, en nuestro interior coexisten un mamífero —ese mono interior que llevamos dentro— y un embrión de dios creador —como me gusta referirme a esa parte que hemos denominado yo superior o yo esencial—. El primero quiere sobrevivir, comer bien, disfrutar de los placeres de la vida, reproducirse y que no le compliquen la vida. El segundo desea descubrir, aprender, cambiar el mundo, lo cual le impulsa a meterse en todos los líos imaginables —y en algunos inimaginables—. Ambos son reales, ambos son verdad, y ambos son yo, o sea, también tú.
Por una parte, nunca dejamos de ser ese bebé que todo lo toquetea, que se lleva cualquier cosa a la boca, que mete los dedos en el enchufe. ¿Te has fijado con detenimiento en esos niños muy pequeños que, en el parque, disfrutan con un cubo y una pala haciendo agujeros en el suelo? A su manera están jugando a cambiar las cosas, están creando, transformando el entorno. ¡Todos lo hicimos y nos encantaba! ¿No será que ese niño sigue en nuestro interior y nos acompaña toda la vida?
Ante ese afán de meterse en líos, nuestro mono interior se pone de los nervios, nuestra biología mamífera envía sin parar avisos apremiantes para evitarlo: se trata de ese complejo magma de sensaciones físicas, emociones e imágenes, que causa malestar y al que hemos dado en llamar miedo. El objetivo de ese malestar es empujarnos a rehuir una situación, o a finalizarla lo más rápidamente posible. Y además nos dificulta pensar con calma: « ¡Ahora no hay tiempo para eso, actúa ya!». No olvidemos que se trata de un mecanismo muy, muy, muy primitivo.
Vives permanentemente en esa zona de fricción entre tus impulsos biológicos y los estímulos que te empujan a explorar, probar, descubrir, arriesgar y también a aburrirte, cuando en tu vida gobierna la rutina
Además, el propio aumento de la complejidad en el mundo nos va sometiendo a cambios rápidos y acuciantes, cambios que a menudo no buscamos ni deseamos, cambios a veces traumáticos que merman nuestra seguridad, que nos golpean duramente en la autoconfianza y que amenazan la capacidad de adaptación. ¡A nuestros miedos no les faltará nunca el trabajo!
Sí al miedo
Con este panorama, no es de extrañar que el miedo se convierta en el notario permanente de todo aquello a lo que nos tenemos que enfrentar, y que no nos apetece nada. Lo que intuitivamente nos viene a la cabeza es querer librarnos del miedo, del mensajero de las malas noticias. Pero eso sería un error garrafal. Afortunadamente no es posible, podemos librarnos de un miedo, pero no del miedo.
Lo necesitas a tu lado, aunque habrá que impedir que te bloquee. En realidad tendrás que hacer todo lo contrario a lo que te pide la intuición: mirarle a la cara —con cariño— para escucharlo, aceptarlo, dejar que te aporte consciencia y después aprender a evitar que te frene a la hora de decidiry de actuar.
La intuición nos pide librarnos del miedo. Paradójicamente, debemos convertirlo en creador de consciencia, centrarnos en aprender de él y evitar que nos nuble la mente y nos frene en la acción
Podemos aprender cómo hacerlo, podemos tener al miedo de nuestra parte, y no en contra. En eso consistirá para nosotros la buena gestión de los miedos. Esta es la filosofía y este es el sentido de este libro.